miércoles, 31 de julio de 2013

HERNÁN ROMERO. Entrevistas.

ENTREVISTA. El primer actor, que encarna al doctor Frederick Treves en ‘El hombre elefante’, habla de su trayectoria, del giro que le dio el cristianismo y de sus deseos de incursionar en el espectáculo circense. Pronto estrena ‘La heredera’ con Ofelia Lazo y Regina Alcóver.
Estefany Barrientos F.
Hernán Romero no es un hombre de risa fácil. Define ser actor como “un enamorado de la vida” y sonríe ante la posibilidad de que sus dos hijas compartan ese romance. Fundador del Teatro de la Universidad Católica (TUC) y con varios reconocimientos señala que los premios “no lo envanecen”.
En la obra ‘El hombre elefante’ usted tiene el conmovedor papel que Anthony Hopkins hizo  para el cine.  
Pero la película es triste, melancólica, ¿no? Aquí hay un toque de humor que el mismo Joseph Merrick (‘El hombre elefante’) propone: se ríe un poco de sí mismo, de su deformidad, no es un hombre que maldice, a pesar de su desgracia.
También se aborda el tema de ser aceptado y no serlo.
Al principio mi personaje se siente atraído por un tema científico, pero luego empiezan los cuestionamientos: si es correcto para el hombre elefante hacerlo normal. La alta sociedad va a visitarlo y... hasta qué punto es un sentimiento genuino o es un sentimiento frívolo para tener tema de que hablar.
¿Es cierto que usted llamó ‘suicidio’ al hecho de reconocerse como actor?
Claro, porque cuando decidí dedicarme a esto no existían las carreras intermedias. O eras médico, abogado, militar… Si no eras una de esas cosas no eras nada, y yo opté por ser nada (sonríe). Mi padre se volvía loco; ya después vio que era feliz con lo que hacía y que progresaba. Ahora las temporadas duran mínimo dos o tres meses, y va a ser una carrera de la cual se pueda vivir.
¿Ser cristiano ha determinado la elección de los papeles?
No. Hay papeles que no aceptaría. Por ejemplo, en ‘La celebración’ acepté un personaje terrible, un padre que violaba a sus hijos, pero había que hacer la denuncia y tenía que cumplir una función. Me costó muchas noches de reflexión y de dudas para aceptar ese personaje, pero al final resultó.
¿Desde cuándo tiene ese concepto de ser instrumento y no protagonista?
Hace diez años o doce años. Justo estaba haciendo ‘Las manos sucias’ (la única vez que se ausentó de una función) y se dio la perforación del intestino, me dio septicemia y ahí entendí. Me permitió que siga viviendo.
Después de eso creó ‘La palabra sola’, obra que lo llevó a varios países...
Con ‘La palabra sola’ he visitado todo el mundo y en noviembre regreso a Bolivia.
Es curioso que no se sume al grupo de actores que critican con dureza la televisión local.
Soy un actor. Mi profesión es actuar y me gusta hacerlo bien. No discrimino el medio, ni televisión, ni cine, ni teatro. Si el personaje me gusta, lo hago.
¿Lo veremos de regreso en la pantalla grande?
Tengo una propuesta para fines de octubre o comienzos de noviembre. Es una película blanca para jóvenes, una historia muy dulce. Sería un papá que va descubriendo cosas importantes, eso es lo lindo.
Y será villano en ‘La heredera’ de Osvaldo Cattone y actuará con Regina Alcóver y Ofelia Lazo.
Termino ‘El hombre elefante’ el domingo 4 de agosto y el 8 estreno ‘La heredera’ en el (Teatro) Marsano. Con Regina volvemos a trabajar después de más de 40 años y con Ofelia no había trabajado en tablas. Algunos dicen: “Cómo puedes con dos obras”. Bueno, es como si uno tuviera una serie de casilleros, cierras uno y abres otro (ríe).
Hace poco se inauguró la sala Ricardo Blume. ¿Usted también sueña con algo así?
Tengo muy gratos recuerdos de Ricardo Blume; él ha sido mi maestro, un ejemplo de actor y un ejemplo de vida. Pero yo prefiero hacer lo mío bien y no aspirar a cosas más grandes y fracasar. Lo que llegue, llegará.
En 53 años como actor, ¿hay alguna cosa que le falte hacer?
Circo. Nunca he hecho circo, me gustaría ser payaso, no he hecho ‘claun’ por ejemplo. Soy buen comediante con mi cara seria y todo (ríe).
¿Ya escribió el guion?
No, todavía. Mi hija Patricia es la que escribe. Si se le prende la ‘mecha’ puede ser. ¿Pronto? Lo veo a largo plazo porque uno no sabe qué va a pasar mañana, incluso la próxima hora. Ojalá se haga, me gustaría mucho.    

sábado, 20 de julio de 2013

LA TARUMBA, CIRCO peruano de exportación

24 años con La Tarumba. 'Chebo' Ballumbrosio aporta no solo ritmo negro, también lo andino y marineras. Mistura de sonidos.

Los asistentes de pista montan las carpas y dejan a punto todas las estructuras del circo. Las palmas del público también son para ellos.
El vestuario es el centro neurálgico, antes y durante el espectáculo.
Más allá de la magia puesta en escena, cada montaje de La Tarumba exige mucha creatividad, ensayo riguroso y buenas ideas. Descubra aquí cómo se gesta un espectáculo de la compañía circense más emblemática y querida del país.
Texto: Nilton Torres Varillas.
Fotografía: Ricardo Flores.

Hay 26 pasos desde la puerta del camerino hasta la entrada a la carpa del circo de La Tarumba.
26 pasos que los acróbatas, músicos y payasos recorren primero caminando y luego a la carrera, conforme se va acercando la hora de inicio de la función.
En el vestidor, los artistas se entregan al trajín del maquillaje y calentamiento. Los acróbatas se estiran y ensayan posiciones imposibles. Quienes lucirán los estrambóticos trajes de payaso preparan las pinturas y cremas que los ayudarán a conseguir su caracterización.
Treinta y tres espejos, iluminados por fluorescentes, bordean el interior de los 200 metros cuadrados que tiene la carpa-vestidor. En un lugar privilegiado se ubican los percheros con los trajes, zapatos y sombreros que se usarán durante el espectáculo.
En el ambiente se siente ese nerviosismo propio de quien solo anhela que todo salga como se ha planificado.
Una excitación similar se vive al otro lado de la carpa principal. En el tenderete donde está la cafetería, los encargados de preparar el algodón de azúcar, la canchita y las bebidas se esmeran en tener todo a punto. Lo mismo que los encargados de la venta de camisetas, cd's, libros y demás merchandising.
El público empieza a llegar. Los acomodadores conducen a las personas hasta sus asientos, y a los niños les alcanzan cojines para que tengan mayor altura y vean el espectáculo con facilidad.
Llega la hora. Las luces tenues se apagan y se encienden los reflectores y focos que llenan de color la pista circular ocupada por el elenco en pleno. Los asistentes de pista entran y salen colocando los implementos que necesitan los artistas para presentar el  preámbulo de lo que los espectadores verán durante las dos horas que dura Caricato, el montaje número 22 de La Tarumba.
Un espectáculo cuya creación requiere constancia e incansables ensayos. Así ha sido durante los últimos 29 años. Una labor que exige la implicación de casi un centenar de personas. Cada una aportando sus conocimientos y habilidades para que las ideas que revolotean en la cabeza de Fernando Zevallos, director y padre creativo del grupo,  se haga realidad.
Creando un sueño
Cada golpe del mazo sobre la estaca hace retumbar el piso. La cara de John Pérez se tensa con el golpeteo y una docena de porrazos bastan para fijar sobre el terreno la vara de metal en la que se atan los cables que sujetan el equipo de acrobacias. Faltan tres días para el estreno de Caricato y John junto con los otros cinco asistentes de pista dejan a punto las sujeciones de la carpa principal del circo.
Una semana demora el armado de la carpa principal: la bicolor –Scola Teloni, hecha en Mantova, Italia– que tiene capacidad para 970 butacas. John tiene 23 años y hace tres que llegó a trabajar a La Tarumba. Su labor no se remite solo a armar el toldo principal y los otros adicionales –vestuario, cafetería y de los caballos–. También asiste a los artistas dejando sus implementos a punto para el espectáculo. Otro imprescindible es  Misael Lara, maestro carpintero y ebanista, responsable de todo el trabajo en madera que requiere el circo.
De sus manos y de las de sus ayudantes han salido las tribunas y el escenario circular que durante la temporada se oculta debajo de una elegante alfombra roja. Misael está con La Tarumba desde 1989, cuando los espectáculos se realizaban aún en la casa-teatro de Miraflores.
“Lo más bonito es que nunca sé qué es lo que voy a hacer para cada espectáculo”. A Misael le han pedido construir desde una caja para hacer desaparecer personas por arte de magia, hasta las básculas en las que el elenco se lanza por los aires en el acto de apertura de Caricato.
Su trabajo comienza apenas se definen los números que conformarán cada espectáculo y dura todo el año ya que no solo se trata de crear nuevos artilugios sino también reparar lo deteriorado por el paso del tiempo.
Cada montaje de La Tarumba comienza a tomar forma un par de semanas después de terminada la temporada circense. Fernando Zevallos hace las veces de puente entre los equipos de actores-acróbatas, músicos, producción, iluminación y sonido. Ellos se reúnen y lanzan sus propuestas con respecto a lo que quisieran hacer en el próximo montaje, y Zevallos recoge estos aportes y los adiciona a las ideas que tiene anotadas en un cuaderno que lo acompaña desde hace mucho tiempo.
En enero comienzan los ensayos y el trabajo de perfilar cada acto y cada personaje del próximo show.
“Es un montaje colectivo antes que una creación colectiva. Hay que ordenar las ideas, pulirlas, y al final lo que queda, lo que se ve en el escenario, es trabajo de todos”.
Zevallos no está quieto mientras conversa y acompaña con todo su cuerpo cada una de sus frases. Es como si su cuerpo le ordenara estar en muchos sitios a la vez.
Un par de acróbatas ensaya sobre su cabeza y se remonta tres décadas atrás, cuando La Tarumba no era esa maquinaria de casi un centenar de personas que es ahora, sino solo tres payasos –él, Estela Paredes (su esposa) y Miguel Álvarez– que trabajaban en las calles, en los barrios. Y en esencia lo que plasma ahora en el escenario sigue siendo lo mismo: un trabajo de grupo en el que cada uno carga su parte y se comparte el peso entre todos.
“Y esas columnas, los cables y estacas, pesan bastante”, dice.
Trabajo de grupo
Veinte minutos le toma a Ximena Riveros maquillarse, peinarse y ponerse el traje de gladiadora que usa para el número del trapecio coreano, rutina acrobática que la eleva por los aires asistida por los brazos de sus cuatro compañeros. Ximena se envuelve escrupulosamente las muñecas con una especie de esparadrapo negro –tape atlético, lo llama– y las cubre con unas vendas de algodón que tienen la función de evitar que resbale cuando la sujete su camarada en las alturas.
Este es su quinto espectáculo, más dos años y medio de escuela en La Tarumba, en total ocho años con la agrupación. Y cada temporada ha hecho una cosa diferente: acrobacia ecuestre, números aéreos.
“Cuando acabamos Clásico –el espectáculo del 2012–, dos semanas después ya estábamos trabajando en el nuevo número”.
Antes de cada función Ximena calienta durante un cuarto de hora. Se estira y se prepara mentalmente. Apaga el celular para evitar distracciones, ya que si sale a escena pensando en algún problema puede ser fatal.
La concentración y el entrenamiento permanente son lo usual en el vestuario de La Tarumba.
Aldo Villacorta ensaya una y otra vez los malabares antes de comenzar con la caracterización de payaso de carablanca que le ha tocado hacer en Caricato. A su lado, Patricia Valencia se termina de maquillar y ambos culminan su labor delineándose sobre el ojo izquierdo una estilizada curva que hace las veces de gran ceja que caracteriza al payaso refinado y de traje elegante.
Aldo y Patricia empezaron a perfilar sus personajes a comienzos de año, dándoles forma y personalidad apelando a sus propias propuestas, las mismas que compartían con los otros seis payasos, incluidos los cuatro de nariz roja, con los que interactúan en el montaje. Al ser ellos, primordialmente, quienes llevan la historia de Caricato, fue básica la coordinación estrecha con los músicos, a los que correspondía construir la propuesta sonora a partir de los números de los payasos y del resto del elenco.
Amador “Chebo” Ballumbrosio, director musical de La Tarumba, se empapó, junto a sus siete músicos, en las melodías del circo clásico. El proceso creativo para componer la música de cada montaje, Chebo lo compara con sesiones de musicoterapia, en las que se comunican, aprenden y se expresan. Hace seis temporadas que son los mismos músicos y existe una compenetración fuerte entre ellos. Y cuando dejan oír sus ritmos Chebo baila, salta. Un espectáculo en sí mismo y que sirve para marcar también  una pieza fundamental del show: el sonido y la iluminación.
El trabajo de Martín Estrems es el de vestir con sonidos la creación de los músicos. Desde su consola analógica de 48 canales ubicada en lo alto de la carpa, Martín se encarga de crear el ambiente que exige cada una de las 12 escenas que tiene Caricato, y su contacto directo es con los músicos. A su lado, Luis Castro, realizador de iluminación, está más atento a lo que pasa en la pista con los actores, ya que no solo debe alumbrarlos con las 28 luces robotizadas y decenas de luces helicoidales, sino también crear la atmósfera necesaria para hacer sentir al público magia, ternura, fuerza y diversión.
Domar las emociones
Fernando Zevallos está muy atento a la reacción del público frente al espectáculo. Es por eso que incluso el orden que sigue cada uno de los números está pensado con base en aquello que denomina “dramaturgia de las emociones”. Es decir, que luego de que los espectadores han quedado angustiados por el equilibrista que les ha puesto los pelos de punta al manejar su monociclo sobre un cable suspendido en las alturas, ¡zas!, a continuación suelta el acto de los payasos o la sensualidad de una acróbata.
“El público no debe quedar angustiado ni agotado con lo que ha visto. Debe quedar fascinado, emocionado, limpio, y con su fe renovada en las artes y en sus artistas”.
Ahora mismo, que acaba de comenzar la temporada de Caricato, Fernando Zevallos ya está pensando en el show del próximo año. En el que se le ha ocurrido hablar del Perú y de lo que somos los peruanos.
Y para lograrlo cuenta con toda su gente, desde el asistente de pista hasta el artista consumado. Una gran familia en la que Zevallos incluye al público, ya que es este el que le deja dentro de la carpa su impronta, su energía.
Es por eso que, cada vez que termina una temporada y la carpa se recoge, esa marca que queda en el suelo, esa huella circular donde estuvo el circo, es muy especial. Y cuando se van los camiones y se ha despachado hasta la última pieza del montaje, Fernando, acompañado de algunos de sus colaboradores, se queda mirando ese círculo durante varios minutos.
Porque allí se ha generado mucha energía. Se ha trabajado con las emociones de artistas y público. Eso es imborrable y es además el combustible que impulsa cada nuevo montaje de La Tarumba.
FUEnte:  http://www.larepublica.pe/14-07-2013/todo-lo-que-pasa-detras-del-telon-de-la-tarumba