lunes, 1 de diciembre de 2014

PROMOCIÓN 2016. Recuerdos artísticos.

Estudiantes del tercero G; pese a que obviaron algunas partes estuvieron muy bien.

Estudiantes del tercero J, de la promoción 2016. Después de su presentación en un momento de relajo.

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miércoles, 18 de junio de 2014

ROBERT MCKEE

Lo recordé hace unas semanas, en una conversación con el cineasta Daniel Rodríguez, quien también siguió un curso con él. Yo hice lo mismo en octubre del 2009, en el Auditorio Belgrano, en Buenos Aires.
Me refiero a Robert McKee, el papa de los guionistas y el amo de los talleres vertiginosos. Su libro El Guion es considerado como la biblia en las escuelas de cine, les cuento. Y verlo a McKee dictando su seminario de treinta y seis horas, qué quieren que les diga, esun espectáculo aparte. El tipo solo hace pausas para tomar una infusión.
Si no me falla la memoria, vestía una chompa naranja, y los puños de su camisa le chorreaban a la altura de las muñecas. Enfundaba unos pantalones negros y en uno de sus bolsillos traseros guardaba el micrófono portátil. Para caminar cómodamente por el escenario, lucía unas zapatillas blancas. Sobre una silla alta reposaban sus apuntes, como si se tratasen de una partitura.
“No se puede trabajar en este negocio (del cine) sin haber leído mi libro”, dijo apenas arrancando, sin ninguna modestia, este ex actor y ex director de teatro, que odia ir al cine y que disfruta mucho echando a la gente de sus cursos.
El auditorio estaba atiborrado. Seríamos unas setecientas personas. La mayoría vinculada al mundo del cine y del teatro y de la actuación. Otro tanto eran escritores, periodistas y qué sé yo. El silencio era sepulcral, recuerdo. La gente lo escuchaba ávidamente. Y les confieso que pocas veces he visto a un orador tan eficiente y efectista como McKee.
“¿Qué hace que una película tenga piernas? Que sea culturalmente específica, que tenga un punto de vista local. Que enseñe algo nuevo. Que nos haga reír de algo de lo que no habíamos reído antes. Que sea universalmente humana. Que sea auténtica”, dijo el gurú hollywoodense. “Lo más importante es contar, y contar de una manera bella. Y eso es sumamente difícil”, añadió.
Ahora, si me preguntan, lo más divertido era cuando se salía del tema, como para darle un aire al público, arrancarle una sonrisa y desinflar el agotamiento. “Canadá no es un país de verdad. ¿Qué mierda es Canadá?”. “En Manhattan, cuando llueve, desaparecen los taxis”. “Mis conciudadanos son muy trabajadores, pero ignorantes y estúpidos”. “Las mejores personas salen de familias disfuncionales, hay otros que salen como George Bush”. “¿Han visto a Bugs Bunny? ¿No les parece que se disfraza demasiado de mujer?”. “Los ambientalistas creen que sus películas solo pueden ser verdes”. “Este país (Argentina) está lleno de italianos. Tiene que haber mafia”. “Los peores crímenes los cometen los gobiernos”. “¿No hay alguien que trabaje
en la oficina de Spielberg, y le diga: Steve, esto no va?”
En opinión de Robert McKee, el guionista debe saber que, cuando escribe una historia, está buscando una metáfora. “La verdad no es lo que ocurre, sino el por qué y cómo pasan las cosas. La verdad está en la interpretación”, sentenció.
Al repasar mi cuaderno de anotaciones me encuentro con una serie de frases desordenadas regurgitadas por este maestro parlanchín. “Los más memorables momentos del cine son los silencios”.
“El diálogo es acción”. “Cuando nos bloqueamos, hay que ir a la biblioteca; el talento no desaparece, pero hay que alimentarlo; hay que leer; hay que hacer investigación”. “La gente que no lee, no puede escribir”. “¿Por qué reaccionamos distinto ante un cuerpo muerto que ante una lectura sobre la muerte?
Porque en la vida las emociones y las ideas vienen por separado. La muerte es el signo de puntuación de la vida”. “Los escritores son peligrosos porque expresan ideas con emociones. Por eso el poder nos percibe como peligrosos. Las ideas no son temidas por el poder. Lo que atemoriza es la emoción. Y cuando la emoción llega a la calle, la cosa cambia”. “Nuestra única responsabilidad como escritores es contar la verdad”. “Crean en lo que hagan, en lo que escriban. La verdad no destruye”. “Un escritor tiene que ser escéptico”. “Si escriben algo que no ofende a nadie, que no suscita reacciones, ¿qué mierda han escrito?”. “Ser escritor toma diez años de fracaso y diez obras que nadie valorará. Y encima hay que ser afortunados”.
Grande, McKee.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/columnistas/el-ojo-de-mordor/robert-mckee-20-04-2014

martes, 17 de junio de 2014

LECTURA Y TEATRO Salomón Lerner Febres



La lectura y la reflexión ética

Hace algún tiempo escribíamos sobre la importancia de la lectura.  Complementando esas ideas hoy quisiéramos  decir que la lectura forma nuestra sensibilidad y nuestro pensamiento a la vez que ofrece un material de incalculable valor para la reflexión moral y política. Las tragedias clásicas, los dramas de Shakespeare, las novelas rusas, entre otros notables textos, elaboran un complejo retrato del alma humana, de sus inclinaciones y conflictos, así como plantea la posibilidad de examinar posibles cursos de acción, normas y formas de comportamiento concebidas como potencialmente virtuosas o viciosas. La literatura nos acerca al universo de la conducta humana en la perspectiva de la experiencia, no desde la abstracción puramente teórica.
La lectura orienta nuestra capacidad de juzgar y forja nuestro carácter. Nos invita a explorar la densidad y complejidad de otras vidas y examinar otros modos de valorar la existencia. Nos permite comprender y cuestionar las decisiones de personas que tienen otras costumbres, profesan otros credos y abrigan otras aspiraciones para sus vidas. Los grandes libros hacen posible que nos acerquemos, no con la claridad del principio racional, sino con la perspicacia propia de la sabiduría práctica, a la particularidad de las vidas de seres concretos, que tienen que enfrentar situaciones adversas o propicias respecto de sus anhelos cotidianos, circunstancias que ponen a prueba sus capacidades y disposiciones morales. Adentrarse en la lectura implica poder sentir la tristeza o la indignación de la víctima que padece un mal inmerecido, vibrar con el reencuentro de los seres queridos tras una larga separación propiciada por los dioses. Las grandes obras alientan el desarrollo de la empatía a la vez que promueven el discernimiento en torno a situaciones críticas de  nuestra propia vida.
El tipo de reflexión que ofrece la literatura nos sitúa en medio de dilemas morales concretos, que los personajes afrontan poniendo en juego no solamente su capacidad para comprender y actuar sino también nos acerca a  sus actitudes emocionales y a su manera de procesar su propia historia personal. Son justamente esas situaciones, en las que es necesario optar, en las que se  someten a prueba tanto los principios que rigen realmente sus acciones como sus competencias para interpretar acertadamente las situaciones que enfrentan y las relaciones que entablan con otras personas. Las novelas y las obras teatrales nos exhortan a ponernos en el lugar de los personajes que enfrentan tales circunstancias, lo que nos permite formar y sopesar nuestra propia capacidad de comprometernos con el otro. Las obras literarias pueden fortalecer nuestro sentido de solidaridad y de justicia.
Las novelas y las obras teatrales pueden asimismo promover un sentido firme de ciudadanía y afirmar la cultura de los derechos humanos. El compromiso con los derechos universales requiere tanto de convicción y lucidez en materia de la reflexión y la observancia de las normas como disposiciones para el reconocimiento del otro y de las situaciones de injusticia que enfrentan y en tal circunstancia las obras literarias interpelan a la vez nuestra mente y nuestro corazón. Las distopias que retratan Un mundo feliz y 1984 –por citar solo un caso– nos describen un sistema de instituciones en los que la libertad individual no tiene lugar y en el que las diferentes situaciones de la vida pública y privada de la gente no escapan a la mirada vigilante de los gobiernos. Estas narraciones distópicas nos invitan a pensar las condiciones del ejercicio de la libertad (y las condiciones de su pérdida). De hecho, nos interrogan acerca del lugar de la autonomía en nuestras vidas y su valor como un principio rector para una sociedad justa y razonablemente estructurada. La lectura de obras literarias promueve este ejercicio moral tan importante y nos remite hacia nuestra propia existencia para preguntarnos acerca de su valor y sentido.
FUENTE: http://www.larepublica.pe/columnistas/desde-las-aulas/la-lectura-y-la-reflexion-etica-10-08-2013